Hace muchos días recibí una llamada de una mujer que no conocía. Venía recomendada por alguien cercano y se estaba enfrentando recientemente a la batalla del cáncer de seno.
Estaba en sus primeros días, en los que el tiempo del reloj no corre en el día y mucho menos en las noches, esos en los que no existe otro pensamiento diferente y la cabeza esta llena de preguntas sin respuesta.
Me hizo muchas de ellas, las mismas que todas tenemos al enfrentar esa situación, preguntas cargadas de miedos, de angustias… Algunas incluso una vez respondidas eran preguntadas de nuevo, seguramente no era la respuesta que quería oír y quería darle una segunda oportunidad a ver si por “arte de magia” era diferente.
Le respondí con comprensión y mucho amor cada una de ellas, desde mi experiencia (pues no soy médica) hasta que llegó al tema que después del miedo a morirnos para nosotras las mujeres quizás es mas difícil: La caída del pelo.
Ella, albergaba la esperanza que fuera una entre miles que la quimioterapia roja le conservaba su pelo. Yo también la tuve, incluso como se demoró en caerse el mío mas días de lo previsto, llegué a pensar que no me iba a pasar.
Yo, sin querer asegurarlo, pues los milagros existen, quise ubicarla un poco en la realidad para que fuera poco a poco haciendo el desprendimiento de esta parte del proceso que además es bien bonito y enriquecedor.
Finalmente llegó la pregunta:
“Y si no tengo pelo, si seré mujer?
Que tal la pregunta? … Si seré mujer? Como si la feminidad, el don que nos dieron de poder generar vida, la capacidad de amar sin limites, la ternura y el corazón con capacidad ilimitada estuviera concentrado por fuera y no por dentro de la cabeza.
Que dolor sentí de ver como nuestra sociedad nos ha logrado convencer que si no tenemos pelo, que si no tenemos senos o bonitas caderas dejamos de serlo. Una realidad inevitable y lo mas triste una pregunta tan común, una pregunta que yo también me hice en su momento.
Ella, con una transformación radical en su tono de voz, donde lograba yo interpretar la angustia que le generaba sufrir cada uno de estos cambios físicos del tratamiento teniendo un poco mas de 30 años, empezó a darme todas las razones de porque era tan duro para ella:
-Es que tu no sabes como es mi pelo, es largo … hermoso.
-El mío también era, le dije.
-Pero es que el mío es sano y brillante, no te imaginas…
-El mío también era igual.
-No sabes cuanto le he invertido en tratamientos y en cuidados para poder mantenerlo así.
-Te entiendo porque yo hacia lo mismo, respondí.
En fin, ella, después de tratar de demostrarme que su problema era mas grande que el mío, que al igual que muchas de nosotras tenia el síndrome de Sansón que creía que toda su fuerza estaba en el, logró entender que su problema es el igual al de todas, que su dolor y su miedo a dejar de ser mujer varias lo hemos vivido y que el temor a enfrentarse al espejo diariamente y sentirse como acabada de nacer es difícil.
Pues si, una realidad, una situación que si no enfrentamos con amor nos dará bastante duro mientras pasan los meses del tratamiento y muchos, pero muchos después mientras vuelve a crecer y recupera (posiblemente) su color y textura anterior.
Hoy, me convenzo mas que haber prescindido de la peluca fue mi mejor decisión. Enfrentar mi realidad las 24 horas del día y no tener una puñalada en el estomago cada que llegara a mi casa y me quitara el disfraz para que saliera la verdadera Lina. Me encantó demostrarle a mi ego que soy mas que eso, que el pelo es un accesorio que está o no está y que sin el saldrá “el casco del verdadero guerrero” como dice Jorge Franco.
Nunca me imagine que yo, Lina Hinestroza, que tenia en mi pelo la seguridad de mi feminidad, de mi belleza como mujer, lograra desapegarme tanto de el.
No voy a negar que cuando lo veo en las fotos lo anhelo, tampoco puedo evitar mirarlo y envidiarlo a cuanta mujer tengo al frente, pero hoy lo veo como un verdadero accesorio, que existe o no existe y que en el no estará concentrada ni mi feminidad ni mi alegría, ni mucho menos mi “ser mujer”.
Descubrí mi cara, aprendí a maquillarme los ojos y cejas para darles expresión. Tuve que comprar lápiz de ojos porque ni eso tenia y cuando empezaron a desaparecer las pestañas si que me sirvió. Aprendí a manejar la sombra en las cejas para “despistar el enemigo” y ha funcionado bastante bien.
Pero hoy, sin pelo me siento mas mujer y femenina que nunca, mis ojos siempre están maquillados y mi boca de color. Y cuando estoy calva en la calle y siento las miradas de compasión de cualquier “peluda” en una caja registradora, un ascensor o cualquier parte; pido a Dios que detrás de esa mirada de lástima haya quedado el mensaje en ella que es hora de chequearse, de pedir esa cita que hace tiempos está por pedir para su control anual .
Si esa mujer que me miro dos veces cuando pasé por su lado, recordó a su hermana y su mamá que lo hicieran, y si además por esa razón llegó a tiempo a librar esta batalla, ahí si me sentiré como Sansón, ahí si entenderé la fuerza y el poder que tiene el pelo… pero sobretodo el no tenerlo.