32- “Me encontré” por Daniela Giraldo mi hija

Quienes somos mamás, cuando recibimos la noticia de tener cáncer nos agobia el miedo adicional de generar dolor y angustia a nuestros hijos.  Además, no se puede negar que la posibilidad de sentir que podemos  quizás dejarlos cuando tenemos tantos sueños por cumplir con ellos y tantas cosas por vivir en familia, es un tormento adicional al “tsunami” que llega.

Pues si, no es mentira que sienten dolor, no es mentira que ellos sienten ese miedo de perder  la persona que mas los ama en este mundo, no es mentira que temen tener que renunciar a quien les dio la vida y quien la daría por ellos sin duda.

Pero detrás de ese aprendizaje llamado enfermedad está ese regalo que viene escondido, ese proceso de transformación que les permite darse cuenta también donde están las cosas que verdaderamente valen la pena, que los hace madurar a la fuerza, que les permite revisarse y cuestionarse y por supuesto “darle la vuelta” a lo que sea necesario para que la vida en familia sea memorable.

Dani, mi única hija mujer, quien me acompaño y entendía como ningún otro lo que significaba para nuestro género las renuncias y cambios que se me presentaban. Dani, quien siempre fue precisa y silenciosa con sus emociones durante el tratamiento para evitarme dolor. Hoy, ella me regala esta carta como anticipo al regalo de la madre, pues leerla me hace agradecer nuevamente que esta enfermedad haya sido diagnosticada a tiempo, que saber lo que generó en ella hace que valga la pena  y que pido a Dios muchos años de vida que me permitan verla florecer.

La amo con mi alma y mucho, pero mucho mas allá!  

Tú, si tú, la que está asustada, la que siente que el mundo se está derrumbando a sus pies. No llores. No temas. Levanta la frente y observa todo lo que se encuentra a tu alrededor. Observa la vida, siente el alma. Respira.

Ahora agradece, agradécele al universo porque estas viva, porque hoy puedes estar en este mundo y hacer algo por él, pero especialmente porque eres lo suficientemente fuerte para servirle de apoyo a la mujer que más amas en el momento en que ella más lo necesita. 

Y siempre que pienses en que ya no puedes más, recuerda esta historia.

Diría que hoy tengo diez y nueve años si cualquiera me pregunta en la calle por mi edad, diría que nací en mil novecientos novena y seis y que pronto cumpliré veinte pero para serte sincera, estaría engañando a aquella persona inocente. Tengo diez y nueve años pero nací hace tres. Nací en el momento en que entendí que la vida es perfecta, que todo pasa por una razón. Que existe una gran diferencia entre vivir y estar vivo. Somos producto de lo que pensamos y por ende los diseñadores de nuestras propias vidas. Como seres humanos tenemos el poder de controlar el mundo, de moldear los acontecimientos para que todo salga como queramos, eso si, aceptando los tropiezos como enseñanzas enviadas por el universo y sacando provecho de ellos para no volver a toparnos con la misma piedra. Apenas nací a los diez y seis años de edad, poco, si en realidad consideramos la idea de que muchos nunca nacen. Pero no fue fácil hacerlo pues antes de que el cáncer llegara a mi vida, o mejor dicho, a la de mi mamá, no tenía concebida la posibilidad de nacer por una segunda vez, sin embargo, en esta ocasión sería desde el alma. No sabía que era posible llegar a ser mi mejor versión, vivir en una paz absoluta y ser tan feliz como lo soy ahora. No había interiorizado la idea de que aquel ‘enemigo’ se podía convertir en mi ‘mejor amigo’, mi ‘mentor’.

Llegó el cáncer sin avisar, como un monstruo que se devoraba las palabras, las energías, la tranquilidad y peor aún lo descubrí de manera abrupta, fría, como diría en una conversación informal, ‘sin anestesia’. Fue la curiosidad la que me llevó a entrometerme en una conversación que no estaba destinada para ser escuchada por mi en ese momento, pero desde hacía un par de semanas mi intuición me había convencido de que algo andaba mal. Recuerdo lo que sentí en el momento en que pude comprender lo que sucedía, la vida me había situado justo al frente de mi mayor miedo en ese entonces, perderla a ella. Me parecía imposible que fuera verdad, me parecía imposible que mi mamá no fuera invencible y aún más que mi papá no pudiera controlar este ‘inconveniente’, ya que he eliminado la palabra ‘problema’ de mi vocabulario. Pasó el tiempo y nos dimos cuenta que todo saldría bien. Volvimos a respirar, a dormir, a vivir con un poco más de tranquilidad. Siguió pasando el tiempo y nos fuimos acostumbrando a nuestra nueva realidad, ella perdió el pelo, se sometió a multiples cirugías y sesiones de quimioterapia. Y ahí estaba yo, a su lado, en silencio, dandole tiempo al tiempo para corroborar que no me vería obligada a enfrentar ese miedo del que te hablaba. Ella no necesitaba palabras para sentir mi presencia, bastaba con llevar mi corazón hasta su lado para darle seguridad y apoyo, algo que yo sabía que tanto necesitaba. 

Tardamos unos meses en interpretar el mensaje que estábamos recibiendo. Como familia, nos estábamos yendo por el camino equivocado en el cual buscábamos la perfección y lo que ahora considero  superficial. Agobiados por la sociedad y sus exigencias le estábamos entregando la felicidad a lo equivocado, a la vanidad, el reconocimiento, el éxito, dejando un lado el amor propio, la paz interior y el servicio. Necesitábamos un obstáculo que nos desviara de ese camino. Lo recibimos en el momento indicado y entendimos que debíamos revaluar nuestros propósitos, nuestras motivaciones y nuestra concepción de la vida. 

Así fue. Decidí desde el primer instante que no le entregaría mi felicidad a lo inevitable, a lo incontrolable, a lo ineludible. Tomé la decisión de recibir esta enfermedad con los brazos abiertos y convertirla en la raíz de mi transformación. Y así, paso a paso, me fui convirtiendo en la mujer que soy ahora. La vida me dio la oportunidad y la tomé sin duda alguna. Nos la dio a mi y a mi familia y cada uno decidió como la utilizaría a su favor. Por mi lado, vivo eternamente agradecida, me encuentro en un proceso de autoconocimiento a través del cual espero llegar pronto a ser mi mejor versión para amarme infinitamente y así poder ayudar desde el alma a todos los que estén a mi alrededor.

Hoy puedo decir con la cabeza en alto que el cáncer es lo mejor que me ha pasado en la vida.

Ahora, es tu turno de hacer lo mismo.

Daniela Giraldo Hinestroza

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One thought on “32- “Me encontré” por Daniela Giraldo mi hija

  1. Lina…sin palabras Dany lo dijo todo en su carta. El amor infinito de Dios, nos llega muchas veces disfrazado de cosas “malas” pero si lo recibes como debe ser daz unos FRUTOS! Mira los que esta dando en tu hija. Grandes y maravilloso es tu amor papa Dios. Gracias por compartir estos testimonios. Dios las bendiga abundantemente!

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